Ayer por la tarde, teníamos pensado servir pescado frito para la cena, no obstante, el intento casi nos sale por la culata, no teníamos suficientes peces para alimentar a todos los huéspedes.
Gaby y yo nos metimos en una lancha y nos dirigimos hacia la parte más ancha del rio donde se avistaban varios hombres en sus cayucos echando redes a las aguas turbias.
Preguntamos a uno de los pescadores si tenían algún pescado grande. Nos contestó que “No” y nos fuimos al siguiente. Después de varios intentos encontramos un cayuco con 4 peces grandotes.
Con nuestra báscula, pesaban apenas 2 libras. El pescador casi que no podía creérselo “¿4 pescados son 2 libras? – reclamaba - Eso no es cierto. Todo el día aquí al sol para pescar 2 libras.” Volvimos a pesar los peces pero la escala marcaba lo mismo. Con ojos llenos de dolor, casi llorando, nos vende su cosecha por 20 Quetzales.
Mientras volvíamos a la Finca Tatin, no pudo dejar de pensar que quizás eses 20 Quetzales serian todo lo que llevaría a su casa, al final de la jornada. La mirada triste del pescador, me hizo acordar de un episodio de mi dulce infancia en el cual aprendí una grande lección.
En los años 70, la inestabilidad laboral, presente entonces en Portugal, forzó a muchos paisanos míos a emigrar al extranjero, con la esperanza de conseguir un trabajo pagado.
Entre los miles de portugueses que abordaban los barcos, llenos de carbón y sueños, con destino a tierras prometidas, se encontraba una joven y hermosa mujer que dejaba a cargo de sus padres, sus 3 hijos: Mi madre.
Mis hermanos y yo fuimos criados por mis abuelos y debo admitir sin orgullo que pasamos por momentos muy duros, donde el dinero y la comida en la mesa eran por veces escasos. Una tarde de verano, teniendo yo 8 o 9 años, llegué a casa y encontré mi abuela sentada en la cocina llorando. Sus lágrimas habían empapado una hoja de papel, la cuenta de la luz y sollozaba que no tenía dinero para pagarla.
Inmediatamente, fui a la habitación, recogí varios juguetes y voy de puerta en puerta intentando venderlos. Quizás por la tierna inocencia o por mi carita dulce, logree vender varios.
Volví a la casa, entre en la cocina, deposité en las manos de mi abuela 400 Escudos (lo equivalente a 2 Euros) y le dije “Aquí tienes abuela, para la cuenta de la luz.”. Pensé que el hecho le animaría, pero noooo, sus lagrimitas cambiaron casi de inmediato a un llanto mucho mas fuerte, mientras me abrazaba.
En esos días, no comprehendía que uno puede llorar de alegría tanto como de angustia.
Hoy en día sí. De hecho, uno puede llorar de los dos a la vez. El pescador quizás llore pues pescó muy poco, pero también estará algo contento pues no llegaría a casa con las manos vacías como otros dias.
Ciao 4 now
~ Paulo ~
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