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Sunday, 16 August 2009

CARIÑO, ¿TE OLVIDASTE DE ALGO?

“¿Paulo, has visto a mi gorra?” – me preguntó un alemán que se había hospedado en la finca hace dos días. Me descubrió en la terraza del restaurante Buga Mama, en Livingston, compartiendo una hermosa tarde con un licuado de papaya y mi fiel compañero de viaje, mi mini laptop. Apuntando a la gorra gris en su calva, continuó – “Esta es la cuarta gorra que me compré en Guatemala. Las perdí a todas. Creo que me olvidé la última en la Finca Tatin. ¿No encontraron una gorra roja?”

En la finca, es raro el día que los clientes no olvidan libros aun nuevos, botes de cremas casi llenos,  bisutería, toallas de camping, fina lencería, etc. Me gusta creer que uno, en un acto inconsciente, se olvida de sus cosas en los sitios que le han impactado, en los sitios que le han gustado, en los sitios que le gustaría regresar.

Le conteste al alemán que las chicas que limpian las habitaciones no me habían entregado ninguna gorra, no obstante le sugerí que llamara a la finca por la tarde, pues yo les iba a preguntar. Esperanzado, se despidió y se fue hacia el portal de entrada del restaurante donde se encontraba su esposa, para después perderse en las calles del pueblo.

Miré a mi alrededor y noté una pareja, sentada a un par de mesas de la mía, compartiendo una ensalada de camarones. “Les he visto en alguna parte,” – pensé – “me suenan mucho.” Creo que se dieron cuenta que les observaba pues se voltearon y me saludaron con la cabeza y con una sonrisa. Me acordé. Ellos, una pareja de italianos, se habían hospedado en la finca hace un par de noches, igual que el alemán de la gorra. Después del saludo, volvieron a poner su atención al plato de camarones. Parecía sabrosa su comida.

Livingston es súper chiquitito. En menos de media hora, vi a 4 personas que se habían hospedado en la Finca.

Zahava, una americana rubia, de cintura delgada se sentó a mi lado. Me preguntó a qué horas salía la próxima lancha para la Finca. Le contesté que aun tenía un par de horas, así que, si quisiera podría irse a comer un chocobanano u otra cosa parecida. “¿Qué haces?” – me indagó con curiosidad. Le contesté que actualizaba mi blog, y la deje leer un poco.

Mientras la americana estudiaba mi blog, mi mirada fue hacia mas allá del balcón de madera que rodeaba el restaurante, al pequeño muelle de madera, y mas allá aun, a la hermosa bahía azul que envolvía este lado del país. En sus aguas tranquilas, descansaba un velero algo viejo, y en su proa, el capitán haciendo la siesta y una niña en bañador, quizás su hija, hipnotizada en su libro de Harry Potter.

Gaviotas sobrevolaban en círculo, y cuando avistaban su presa se precipitaban de golpe al mar. Pequeñas lanchas zarpaban hacia todas las direcciones, como moscas perdidas. Al otro lado de la bahía, una muralla de vegetación, verde y densa, y detrás de esta, una cordillera de montes y montañas, casi inaccesible, como que anunciando a los curiosos o tontos “Venid y perdeos en mis entrañas…”.

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Me encontraba en un sitio de veras hermoso. ¿Me pregunté si sus habitantes se darían cuenta de ello?

Tres chicas Quekchi, bajitas y gorditas, se acercaron y se asomaron al balcón, apreciando al océano. Me miraron por encima de sus hombros y les sonreí. Se dieron la vuelta y escuché sus risas tímidas, como que tramando algo.

Pregunté a Zahava cómo había aprendido acerca de la Finca. Me platicó que había conocido una pareja Catalana en la ciudad de La Antigua. La pareja, Rocío Castilla y Raúl Vallejo, estuve alojada en la finca varias noches y le hablaron muy bien del sitio. Es más, debería hablar con un chico portugués muy simpático, un tal Pablo. “¿Lo conoces?”, me indagó Zahava. Quizás si…

Corrección: No es Livingston que es chiquitín, sino todo Guatemala.

Si bien me acuerdo, Rocío y Raúl ocuparon el bungaló Alacrán, y incluso ellos se han olvidado de algo: En la mañana de su salida, encontramos dos tubos de snorkel.

Estremecí con un ruido detrás mío. Un empleado con una escoba quitaba las telarañas del techo.

Los italianos, ya saciados, se levantaron y se acercaron a mi mesa. La chica, con una sonrisa llena de expectativa, me confesó “Paulito, creo que me he olvidado algo en la finca…”

Ciao 4 now

~ Paulo ~

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