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Thursday, 11 June 2009

CHÚPALO!

En este lado del charco, los helados son conocidos por “nieves” o “raspados de nieve”. Muchas veces me he preguntado ¿porque le llamarían así? No fue hasta hoy que encontré la respuesta en una novela que narra la historia de un niño antes de la llegada de los españoles a México:

“…Fuimos muy afortunados por haber llegado temprano, o por lo menos yo lo fui, ya que en uno de los puestos del mercado se estaba vendiendo un artículo tan perecedero que se hubiera acabado antes de media mañana, y entre todos los alimentos que se vendían era el más exótico y delicado. Era nieve. Había sido traída a diez carreras largas desde la cumbre del Ixtaccüiuatl hasta aquí, por relevos de mensajeros veloces corriendo a través del frío de la noche. El mercader la guardaba en unas jarras de grueso barro cocida, tapadas con montones de esterillas de fibra. Un cono de nieve costaba veinte semillas de cacao. Éste era el jornal promedio de un día completo de trabajo de cualquier obrero en la nación mexica. Por cuatrocientas semillas de cacao se podía comprar para toda la vida un esclavo bastante fuerte y saludable. Así es que la nieve era, por peso, la mercancía más cara de todo el mercado, incluyendo las joyas más costosas en los puestos de los forjadores de oro. Sólo unos cuantos de los pipiltin podían comprar ese raro refresco. No obstante, nos dijo el hombre de la nieve, vendía siempre toda su provisión en la mañana, antes de que ésta se derritiera. Mi padre se quejó: «Yo recuerdo el año Uno Conejo, cuando del cielo estuvo "nevando nieve" por seis días seguidos. La nieve no solamente fue gratis para el que la quisiera, sino que también fue una calamidad.» Pero se apaciguó y dijo al vendedor: «Bueno, porque es el cumpleaños chicoxíhu itl del niño...». Desligando su morral del hombro contó veinte semillas de cacao. El mercader examinó una por una para estar seguro de no entrar una falsificación hecha de madera o una semilla agujereada y rellena de tierra. Entonces destapó una de sus jarras, sacó un cucharón colmado de esa preciosa golosina y con pequeños golpes la acomodó dentro de un cono hecho con una hoja enroscada, luego lo roció con una especie de jarabe dulce y me lo entregó. Golosamente tragué un poco y estuve a punto de escupirlo de lo frío que estaba. Me destempló los dientes y me dio dolor de cabeza y, sin embargo, fue una de las cosas más deliciosas que probé en mi infancia. Lo sostuve para que mi padre lo probara y aunque le dio una lamida que obviamente saboreó tanto como yo, pretendió que no quería más. «No lo muerdas, Mixtli —me dijo—. Chúpalo, así te durará más.»…”

¿Qué lección uno puede sacar de todo esto? Que los mexicanos ya comían helados dulces desde hace muchísimo tiempo y que uno (o una) debería chuparlo, no morderlo, pues durará más. Espero que las nenas hayan prestado atención.

Ciao 4 now

~ Paulo ~

1 comment:

  1. JAJAJAJAJA, genial la última línea.

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